El disco que nos ocupa tiene la virtud de ser todo un clásico dentro de su género, un estilo de música con una escena tan amplia dentro del Metal y también tan incomprendido por miles de personas, el llamado Death Metal, surgido de las entrañas más oscuras y renegridas del Thrash y que salió a la luz en la segunda mitad de la década del 80 luego de estar escondido durante un tiempo en los rincones y sombras de Florida.
El génesis de todo comenzaba allá por el distante 1983 cuando un joven y autodidacta Chuck Schuldiner, o como lo llamaban en su círculo de amistades, “Evil Chuck”, practica intensamente en el garage de su casa para pasar a formar un tiempo después lo que posteriormente pasaría a ser Death, instruido por bandas de Hard Rock, Jazz, Rock Progresivo y grupos pertenecientes a los movimientos del New Wave of British Heavy Metal y de la Bay Area.
Death es la máxima precursora de su género, un estilo que heredaba su denominación a raíz de la banda misma y que los ubicaba en el centro de la lupa, no sólo por su perfil e identidad, sino porque realmente era capaz de transmitir todo un despliegue de destreza y ferocidad muy idiosincrásico, combinando brutalidad primitiva con una profesionalidad y cordura evidente.
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